Los Kirchner se encuentran lejos de su mejor momento político. Sin
embargo, nadie puede arriesgarse a afirmar que su ciclo esté terminado.
La probabilidad de que los argentinos celebremos las fiestas de
fines de 2011 con un Kirchner sentado en el sillón de Rivadavia parece
haber dejado de ser una utopía. Especialmente, si los principales
dirigentes de la oposición siguen trascendiendo más por la forma en que
resuelven sus propias malquerencias que por sus avances en la
conformación de una alternativa clara de poder al actual oficialismo.
El sondeo de opinión pública efectuado por Poliarquía para LA
NACION, publicado el domingo pasado, muestra a las claras esos riesgos,
convertidos en una pesadilla para una oposición que, un año atrás,
luego de las elecciones legislativas, se apresuraba a considerar al
kirchnerismo en retirada.
Veamos los números. Si bien los integrantes del matrimonio
presidencial ostentan una imagen positiva que ronda la mitad de la que
tenían en los primeros tiempos de Néstor Kirchner en la Casa Rosada (70
por ciento) y que Cristina Kirchner se encuentra casi veinte puntos por
debajo de la que tenía cuando asumió la presidencia de la Nación, en
diciembre de 2007 (55 por ciento), la mejora que la pareja gobernante
exhibe en los últimos meses es ostensible.
De acuerdo con la encuesta difundida por LA NACION, Cristina
Kirchner tiene hoy una imagen positiva del 36 por ciento y su marido,
del 32 por ciento. Ambos llegaron a estar en la segunda mitad del año
pasado levemente por debajo del 20. Y ahora han podido perforar su
supuesto techo del 30 por ciento, mientras que los dirigentes de la
oposición, en el mismo período han caído. Otro dato no menor es que la
aprobación general del gobierno nacional es del 46 por ciento, aun
cuando su desaprobación sube al 49 por ciento.
Los Kirchner están aún lejos del ansiado 40 por ciento de intención
de voto que podría garantizarles la reelección si la oposición continúa
fragmentada. Pero se acercan cada vez más a ese objetivo desde que
comenzó este año del Bicentenario.
Es cierto que el gobierno kirchnerista ha dado más de una muestra de
habilidad para capitalizar apoyos en la opinión pública. Por ejemplo,
con la iniciativa que dio lugar a la asignación por hijo, que
originalmente era una bandera de dirigentes opositores, como Elisa
Carrió. O con mejoras en las jubilaciones que, en rigor, fueron
decisiones que la Justicia obligó a adoptar, al exigir la movilidad de
los haberes jubilatorios.
Pero el secreto de la mejora de los Kirchner en la percepción de la
sociedad radica en los errores de una oposición cuyos permanentes
malentendidos, ninguneos y evidentes luchas por espacios de poder están
pesando en la opinión pública mucho más que sus acuerdos legislativos,
como el que recientemente posibilitó la media sanción del proyecto de
ley de normalización del Indec en el Senado.
La experiencia indica que, cuanto más cerca parece el kirchnerismo
de su precipicio, más aumentan las luchas dentro de la oposición,
porque todos sus líderes creen que pueden ganarle fácilmente a los
Kirchner. En cambio, cuando crecen las perspectivas del oficialismo de
continuar en el poder, la desesperación de los hombres de la oposición
se traduce en acuerdos.
En este juego cíclico, la reciente difusión de datos de encuestas
capaces de alarmar a la oposición debería obligar a los dirigentes de
este espacio a brindar algunas señales de mayor cohesión, que hagan
olvidar las tristes peleas que protagonizaron varios de sus
representantes la semana última.